Una razón para que la oferta mundial de árboles se esté reduciendo rápidamente es el apetito insaciable de la gente por la madera. Aunque el mayor inconveniente es, paradójicamente, la forma de estos árboles. Cuando un tronco redondo se convierte en planchas rectangulares, sólo alrededor de un porcentaje de la madera (en torno al 60-70%) se convierte en tablas, y el resto termina como virutas de madera para celulosa.
Pero hubo una persona que pensó en una solución: un estudiante, Robert Falls. Un joven norteamericano que un día pensó que los árboles podían ser cuadrados.
La forma de aumentar el rendimiento de un solo árbol es simple y absurda: cambiar la forma del tronco. Un tronco de madera cuadrado daría mucho más por menos. Y aunque los árboles rectangulares son una rareza en la naturaleza, no son imposibles.
El genio detrás del sueño fue este joven candidato a doctorado en Botánica en la Universidad de la Columbia Británica, que a finales de 1980 se dio cuenta que algunos troncos de los árboles expuestos a fuertes vientos se habían vuelto menos “redondos”, pues habían crecido más grueso en sus lados de sotavento y barlovento para hacer de contrafuerte.
Así que según su teoría, la flexión de la corteza por el viento animaba al cambio de la sección del tronco, mediante la generación de una capa de células de crecimiento justo por debajo de la corteza.
Para probar su idea, pensó que podría condensar el estrés comparable a 3 lustros de vientos mediante la cicatrización con instrumentos quirúrgicos. Y efectivamente, de donde cortaba, más madera crecía en el lugar de las cicatrices.
Así que viendo la viabilidad de su experimento se decidió a plantar en macetas cuadradas plántulas de tres especies de árboles (cedro rojo del oeste, álamo negro y secoya) que pacientemente fue moviendo de posición a intervalos de 90 grados alrededor de sus troncos en dirección al viento.
Los árboles respondieron con el tiempo como se esperaba, llegando a ser “sin lugar a dudas cuadrados”, según afirmó Robert Falls en su petición de patente para el sistema. La belleza de esta idea radicaba en su simplicidad, pues ni existía manipulación genética ni el hormonado era necesario.
Hoy en día los japoneses pueden hacer de un cedro redondo uno cuadrado en un santiamén en un aserradero, usando una prensa de vapor a alta presión, pero es un método que requiere muchos recursos y maquinaria.
El método de Robert Falls se limitaba a la paciencia y a exigir un poco de precisión de jardinero fiel en el rasgado y el desgarrado de la corteza, que era como ayudaba a la acción del viento a conseguir la forma cuadrada.
Cuando el tronco de madera era lo suficientemente grueso, se tenía que rebanar, como el que corta una rebanada de una hogaza de pan, y dejar que el árbol siguiera creciendo. Además, al estar los arboles en macetas, se podrían hacer cultivos hidropónicos que podría convertirse en bosques naturales por sí solos.
Por desgracia para Robert Falls, este tipo de cultivo de árboles se adelantó a su tiempo. Al tener una tesis doctoral sobre otro tema tuvo que centrarse en ella ante el poco interés que la industria de la madera mostró por los árboles cuadrados, que no llegaron a pasar de la fase de intrigante idea, pues el más grande de los ejemplares que pudo presentar tenía menos de un centímetro de diámetro. Demasiado pequeño para obnubilar a los señores de la madera.
Otro ejemplo de cómo la manipulación humana puede lograr formas caprichosas en los árboles lo tenemos también en el llamado “bosque de los arboles torcidos”, un bosque en Gryfino (Polonia) cuyos árboles han crecido torcidos a 90 grados (foto superior).
El bosque fue plantado con 400 pinos alrededor de 1930 y los árboles debieron crecer durante siete o diez años antes de ser torcidos a propósito.
A pesar de eso, no se sabe por qué alguien quería esos árboles torcidos (quizá para sentarse en los pic-nics) pero una leyenda afirma que fueron los carpinteros del servicio secreto alemán los encargados de curvar los árboles con dispositivos mecánicos; aunque aún hoy no se sabe la razón, ya que la estructura de los troncos no los hace aptos para la fabricación de muebles.
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